jueves, 19 de septiembre de 2013

Primer ejercicio de Fotografía Artística.

METÁFORAS



Primer intento.

El púgil en una esquina del cuadrilátero se sentía solo, era incapaz de oír los ánimos de su gordo y pelirrojo asistente, su mente vagaba sin rumbo sometida a los vaivenes del rumor del ansioso público.  La confusión era una densa nebulosa sin cabos a los que asirse, ni la chica pechugona que atravesó el cordaje enseñando el tiempo que restaba, era capaz de atrapar su atención.  El olor acre de la vaselina en sus mejillas lo despertó del sopor.  El momento decisivo se acercaba y su corazón latía desbocado.  El crepitar de la vieja megafonía acalló a una concurrencia expectante y su contrincante apenas sudaba en la esquina opuesta, podía adivinar su superioridad.  Ya no quería ganar, ni siquiera tenía fe en aguantar algún asalto.  Aquel cabrón no dejaba de sonreír.  Le costaba respirar e incluso ese humo enrarecido que intentaba aspirar le habría sabido a libertad en sus circunstancias.  La campana sonó y el denodado esfuerzo por levantarse del banco fue inútil, sus piernas flaquearon y besó la lona, el síncope por anoxia lo liberó.  La decepción del aforo sólo era comparable al desprecio de la mirada de su contrincante mientras levantaba los brazos en señal de victoria.

Segundo intento.

Cuando el juez anunció el knock-out del púgil al final del segundo asalto, en el público arreciaban las protestas.  Su cuerpo inerte recordaba un muñeco de pim-pam-pum sin hilos, desparramado en un teatrillo de marionetas mientras los focos despiadados descubrían los regueros de sangre que escapaban de la comisura de sus labios y sus maltrechas cejas.  Esa imagen grotesca hubiera sido suficiente para saciar la sed de cualquier aficionado.  El aspirante jamás supo medir las consecuencias de sus provocadores envites seducido por la promesa incierta de una bolsa repleta y pasó la rosca.  A pesar de su currículum y su dilatada experiencia nunca pareció un rival suficiente para el campeón que tenía una presencia imponente en el ring:  unos guantes rojos que presagiaban una suerte de igual color y sobre el calzón una enorme leyenda carmesí, “ Another one bites the dust ” sobre fondo blanco.

Tercer intento.

Era su último y decisivo intento, no podía defraudar a su público ni a sus patrocinadores.  Esa banda de mafiosos se lo había dejado muy claro, o ganas o esta noche duermes con los peces en el muelle.  Era un incomprensible cóctel de miedo y agradecimiento.  Miedo a las consecuencias de sus amenazas y agradecimiento por el acercamiento de lo que siempre había anhelado desde niño: la fama.  Para recordarle su incierto destino estaba el “Búho”, un tipo sin escrúpulos, parco en palabras y siempre enfundado en una gabardina con lamparones que acechaba tras el rincón apurando con ansia un habano de pega; se creía un personaje de una de esas películas de cine negro dispuesto a darle “matarile” al menor desliz, y él no estaba dispuesto a regalarle motivos.  La campana sonó y apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de recibir una manta de golpes rápidos y precisos.  El primer asalto fue un infierno en el que no pudo endosar ningún contraataque, sólo su juego de piernas le salvó de morder el polvo.  Ese gong le sonó a música celestial.  Jadeante, de vuelta al rincón el “Búho”, le mostró el brillo nacarado del cuarenta y cinco que escondía bajo la mugrienta gabardina.  El segundo asalto transcurrió más o menos de igual modo, en su cara sentía el fuego de los golpes que caían uno tras otro, pero aún conservaba la ligereza de pies, esa danza maldita que le salvaba la vida por ahora, no sabía por cuánto tiempo.  Pasaron el tercero, el cuarto, el quinto…, se repetía una y otra vez para sí que el mejor de diez asaltos sería él, iba su vida en ello, aunque tuviera que amarrarse a las cuerdas.  El campeón era demoledor, no era ágil, no tenía juego de piernas, pero era constante, jodidamente constante, una y otra vez percutía sus guantes rojos sin que asomara resquicio de cansancio.  Aguantó todo el combate dando más lástima que orgullo a sus seguidores con la vana esperanza de alcanzar el triunfo a los puntos.  El fallo fue implacable e inapelable.  Sólo podía atisbar algo de luz bajo sus hinchados párpados, la suficiente para atisbar entre brumas como el “Búho” con cara de mórbida satisfacción se acercaba el teléfono a la oreja; su final se acercaba.


“Metáforas”.  Relato corto por Antonio Borrego Díaz.
1º Curso de Fotografía Artística.

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